martes, 20 de febrero de 2018

El mundo que legamos a nuestros descendientes.



                      
 Treinta años más tarde.



Cuando tenía 20 años el mundo todavía era nuevo para mí.

Me interesaba aprender, entenderlo todo: qué significaba la Vida en el Universo, por qué la Historia humana estaba repleta de guerras y sobre todo, quería aprender un modo infalible para que las mujeres se enamorasen de mí.

Recuerdo que justo a los 20 años me enseñaron en la Universidad la Teoría Especial de la Relatividad. No la general, la de la gravitación, pues esa solo se enseñaba en la Licenciatura en Física y yo estudiaba Ingeniería.

La dilatación del tiempo, el aumento de la masa y la contracción de la longitud, que se manifiestan cuando “algo” alcanza una velocidad comparable a la de la luz, me dejó estupefacto.

¿Cómo era posible que de dos hermanos gemelos, si uno de ellos partía en un viaje espacial a una velocidad del orden de la lumínica a su regreso fuese mucho más joven que su hermano, quien permaneció en reposo?


¡Y aquello se podía demostrar y calcular con exactitud! ¡Cuánto por saber, por entender!

Ya desde los 17, al comenzar la Universidad, tuve el privilegio de operar y programar computadoras, entonces algo poco común, gracias a que hacíamos las prácticas en una refinería de petróleo.
 Una muchacha y yo fuimos los estudiantes
escogidos para manejar en esa empresa su primera máquina computadora con  apenas… ¡4 K de memoria operativa! ¡Y “esa cosa” calculaba el rendimiento industrial de la refinería!

Era una época donde la música que más gustaba estaba bien elaborada y se apreciaban la complejidad armónica y las buenas letras.

Era una época donde se leía a Sábato, García Marquez, Ursula Le Guin y a Carlos Castaneda.

Pero sobre todo, era una época donde todos teníamos seguridad de que el futuro sería mejor.

No es que fuesen aquellos tiempos idílicos. Recién acababan de pasar todos los horrores de la guerra de Vietnam y en Latinoamérica, dictaduras militares asesinaban y “desaparecían” a cuanto joven sospechoso de izquierdista encontraban.

La pobreza y las hambrunas cobraban millones de vidas en África y en Bangla Desh. Pero sin embargo, había razones para la esperanza.

Sobre todo en  Europa y América del Norte, pero también en Asia y hasta en alguna isla de América Latina, existía lo que se llama “Estado de Bienestar”. Aunque con diferencias en cada país acorde a su economía, la mayoría de las personas en ellos podía vivir decentemente de su trabajo, tener acceso a todos los servicios de salud y educación, posibilidad de vivienda propia, seguridad social, cultura, entretenimiento y condiciones para formar familia.

El auge de la tecnología, los avances de la Ciencias con sus nuevos paradigmas, más profundos y generales, aseguraban que pronto se contaría con la capacidad de disponer de toda la energía, la producción de alimentos y todo lo necesario para que dejaran de existir la pobreza y las grandes diferencias entre las personas en todo el planeta.

Ahora, treinta y tantos años después, ese futuro ha llegado.

Y en efecto, por primera vez en la Historia humana, se dispone de la capacidad para generar casi toda la energía necesaria para la civilización, producir todos los alimentos que hagan falta y borrar para siempre de todos los diccionarios, la palabra pobreza.

Pero sin embargo, ya casi no quedan “Estados de Bienestar”, cunde el terrorismo, las drogas, las guerras más criminales y estúpidas que nunca antes, mientras la mentira es el plato obligado que nos sirven las grandes cadenas de noticias para su asimilación masiva.

En vez de cultura, con honrosas excepciones, se nos ofrecen narconovelas que exaltan,  justifican o se regodean en lo más degradante en que pueda caer un ser humano, series policiales o “películas de acción”, vacías y repetitivas hasta quedar hipnotizados por el insensato dinamismo de escenas absurdas.

La propaganda comercial y política, diseñada por expertos en neurociencias, va dirigida no al raciocinio, sino a las emociones básicas de las personas, para convertirlas en monigotes consumistas obsesionados por comprar, mientras se les hace creer que siempre pueden optar, gracias a su sagrado voto en muy “democráticas” elecciones, por un brillante y decidido político que terminará con el despilfarro de dinero público y gracias al libre mercado (santificada sea su divina presencia) se apartarán todos los males que nos agobian.

Más que nunca antes, el “sálvese quien pueda” y el “aplaste a su prójimo” se han convertido en doctrina madre del éxito personal e increíblemente, se hace creer que justo esta división entre “triunfadores” y “perdedores” es la mejor garantía del avance y bienestar de la sociedad, cuando absolutamente toda la Historia demuestra lo contrario.

La tecnología ha llegado a ser lo que debiese ser en cuanto a su cercanía a cada persona, como en el caso de los móviles.

¡Estos dispositivos cibernéticos personales (mal llamados teléfonos, puesto que esa es su función menos importante) cuentan con microprocesadores con capacidad de cálculo mayor que la de las computadoras que llevaron vehículos a la luna a finales de los 60!

Dan deseos de llorar cuando vemos como demasiadas personas, lejos de utilizar estos dispositivos con raciocinio, se esclavizan a ellos y se vuelven absolutamente manejables por impulsos emocionales incontrolados, no pocas veces provenientes de los demás, que nos reclaman a su antojo y consideración.

La Interconexión de las redes informáticas, un paso imprescindible y colosal en lo que debiera ser una Humanidad unida y solidaria, resulta ser principalmente fuente de alienación, escarnio o manipulación por intereses oscuros y dominantes, en vez de fuente inmediata de Conocimiento y Cultura.

Muertos de miedo, la mayoría de las personas prefiere mirar a las musarañas e ignorar que somos ovejas marchando directamente al matadero.

¿Qué nos pasó en estos treinta años? ¿Qué mundo le hemos dejado a nuestra descendencia?

Los cincuentones de hoy somos los sobrevivientes de una Hecatombe. Y el mundo actual, la consecuencia de la misma.

Todo el conjunto de visiones algo progresistas del mundo y la sociedad, que variaban desde el liberalismo burgués de los Kennedy, el pensamiento pan-arabista de Nasser, el pacifismo humanista de Gandhi, la social democracia europea, el comunismo soviético, el maoísmo chino, el anti-racismo cristiano y solidario de Luther King,  la Revolución Cubana, el anti-colonialismo africano de Lumumba, Cabral, Neto y Machel, las visiones progresistas de la “Teología de la Liberación”, el pensamiento humanista del movimiento hippie, el islamismo progresista y los movimientos de los pueblos aborígenes, por citar solo algunos de los principales referentes, jamás lograron ponerse de acuerdo, sortear sus diferencias y presentar un frente unido ante las más oscuras y terribles fuerzas del fascismo, encarnación concentrada de la tendencia al Miedo y al egoísmo que subyace en cada persona y en la Sociedad.

Ninguna de las tendencias mencionadas tenía toda la verdad. Ninguna era perfecta. Todas pecaban de carencias.
Todas tenían sus lados negativos y en algunas de ellas, oscuros.

En su conjunto, representaban distintas aproximaciones, sesgadas por intereses, culturas e historia sobre una experiencia común, compartida por todos, pero desde un punto de vista particular entre varios posibles.

Y cada cual, reclamó lo suyo casi como absoluto, criticando como insuficiente a los demás o en ocasiones, combatiéndolo abiertamente. Aunque es obligatorio destacar que no todas las responsabilidades en esto tocan por igual.

Faltó sabiduría para unir voluntades, faltó comprensión hacia el otro, hubo miedo, incultura, inmadurez.

Sospecho, lamentablemente, que tal vez nuestra especie carezca de la capacidad innata (y adquirida) de elevarse por encima de la más básica conciencia individual y alcanzar una conciencia de especie.

Ojalá me equivoque, porque si no, pronto seremos una más entre las especies vivas desaparecidas de la faz de La Tierra en  4 000 millones de años de existencia de vida.

Porque una especie viva desunida no puede manejar energías del orden que hoy lo hace la especie humana, capaces de desequilibrar toda la biosfera.

Entretanto, el fascismo se adueña cada vez más de las riendas del destino común, esta vez, a diferencia de 1933 en Alemania, con poderosísimos medios tecnológicos para convertir a toda nuestra especie en masas palpitantes e inermes conectadas a una Matriz cibernética dominante, como en la película de los Wachowski.

No pretendo pues aleccionar a los jóvenes de hoy. Este mundo es de ellos, nosotros, sus mayores, no hicimos bien el trabajo y aunque sea por vergüenza, no podemos criticarlos.

Aún confío en que esta nueva generación logre salir del atolladero, pues las mismas herramientas que hoy sirven para encadenar a la especie humana a los designios de unos pocos, pueden ser empleadas para liberarla.

No es necesario que la mayoría de las personas sean conscientes de esto, ni de que encabecen la lucha. Nunca ha sido así.

Siempre ha sido una minoría, que debe alcanzar una masa crítica, quien desencadena el proceso, a semejanza de la fisión nuclear.
Así pues, mi sabiduría de cincuentón, si es que tengo alguna, (pues repito, cuando tenía que tenerla, no la tuve) la dejo a disposición de esa juventud, para ayudarla con lo que tengo: experiencia, control, paciencia y capacidad de actuar en el momento preciso.

Mientras tanto, no me queda otra solución que adaptarme a que Juan Pablo Castel, el asesino de María en la novela “El Túnel”, de Sábato, ande suelto por Ciudad Juárez cobrando víctimas cada noche, a que el Macondo de García Márquez se haya convertido (con la complicidad de la DEA) en territorio de narcotraficantes y a que el sustituto de Castaneda sea el aguado y descafeinado Paulo Coelho, aunque tenga que reconocer, que ¡escribe muy bien!

En fin, ¿Tendré que adaptarme al reguetón?

¡Oh, no. Hasta ahí no!








 Rey