lunes, 15 de febrero de 2016

Cuando los hijos parten....



                                  El Síndrome del Nido vacío




¿Sabe usted que es el Síndrome del Nido Vacío?.
Pues le confieso que hace varios años atrás, solo había escuchado hablar acerca del tema, en grupos de personas muy reducidos.  Llegué a pensar que se trataba de alguna patología que solo se manejaba entre médicos.
Con el paso de los años, la frase se me hizo familiar. Escuché a muchas amigas y compañeras de trabajo quejarse por la sensación tan desagradable que produce inconscientemente la partida de los hijos del hogar,  cuando no se tiene plena conciencia de lo que está ocurriendo.

Entonces me di a la tarea de buscar información. Y esto fue lo que encontré.
Síndrome del nido vacío: Es una sensación general de soledad que los padres o tutores pueden sentir cuando uno o más de sus hijos abandonan el hogar.
¿Cómo identificar los síntomas?
Bueno, es un conjunto de sentimientos  de carácter negativo, como son tristeza, vacío, sensación de soledad y en ocasiones irritabilidad.

El sentimiento de soledad es el más importante, sobre todo cuando los hijos se van de la casa a formar otra familia. Las mujeres  somos más vulnerables a padecerlo, porque nos toca por derecho propio la maternidad y asumir el cuidado y crianza de nuestros hijos, a veces sin la figura paterna. Pero no podemos dejar de mencionar que los hombres también lo sufren.
¿Cómo afrontar esta situación?
La actitud asumida por la persona afectada, es fundamental. Si eres capaz de normalizar tus emociones y dedicarte a enfocar tu  atención y energías en algo que te llene espiritualmente, esto te ayudará a no dejarte vencer por la angustia que genera echar de menos al ausente, algo absolutamente normal.

Te aconsejo amiga, que si estás pasando por este momento, retomes  aquellas actividades que por razones de ocupación ya sea por el trabajo, o la crianza de los hijos dejaste a un lado, sobre todo aquellas que te hagan sentir feliz...

Y si tienen que ver con manualidades, literatura  o con el arte, es una terapia genial.
Te lo dice una mujer que pasó por ese momento, y descubrí las habilidades que tenía para la pintura....

Pero me gustaría compartir contigo mi experiencia, a ver si te embullas y me cuentas la tuya...


Es de mañana, me miro en el espejo y el ritual del aseo matutino me devuelve a la conciencia de mi soledad. Soledad, soledad, ¡cómo nos devuelves a nuestra primaria indefensión! Hay una niña que llora desconsoladamente, una recién nacida se aloja en unrincón  oculto de mi ser, ¿es ella? ¿Soy yo? No importa: gime, y ése alarido secular detona en mi interior, en las angulosidades de un mundo hiriente con sus estallidos de sensaciones. Es de mañana, y no hay a quien despertar o apurar, o aconsejar, o regañar. Simplemente, el muro de su ausencia. Debería estar contenta, de su felicidad, de la posibilidad que tiene ahora de lograr sus sueños. De tener ¡por fin! un espacio sólo para mí. Pero, ¡vaya paradojas que nos trae la vida! He vivido los últimos 23 años de mi vida, educándola, preparándola para ser capaz de plantearse metas y lograrlas por sí mismas: la he instruido para que fuera –sobre todo- independiente. Nunca la quise servil, ni dependiente; ni mucama lastimera de algún  hombre –esposo o amante- Quise que fuera plena, profesional, segura y autosuficiente. Y… tuve éxito. Fue a hacer su vida y todos sonrieron felices. 
Mis padres; mis amigas se congratulaban por mí. “Ahora tendrás tiempo para ti”; “Sal y diviértete”;
“Aún eres joven y estás soltera”; “Sí, es hora de hacer tu vida”. Mi vida… ¿qué vida? Si durante los últimos 23 años no he hecho más que pensar en esa niña. Buscaba su comida, la cocinaba, se la servía. Le ayudaba con las tareas de la escuela. La llevaba a pasear. Guardaba mis meriendas en las actividades para llevárselas. Lavaba su ropa, limpiaba su cuarto, organizaba sus libros y conversaba con ella hasta la madrugada. Ahora, cada mañana, la soledad me mira desde este espejo despiadado. Las paredes, las sombras, la mancha que se asoma en un rincón del cuarto. Mi vida se volvió algo fofo, insulso vacío. Lentamente, la angustia se convierte en una manera de transcurrir; de estar en los espacios sin existir, nula, vacía. En casa; el techo pesa sobre mi cabeza, un ruido, un juguete olvidado, una luz repentina, me lanzan al torbellino de la remembranza. Un alma en pena, cavilosa; vagando por los extravíos de la desolación. Así estaba. Sin reconocer el origen de esta ausencia de entusiasmo. Mil voces gritan en mi interior: ¡¡¡despierta!!! Pero la pesadilla continuaba. Un día; Cristina me llamó para conversar. Sin interés la escucho; las palabras rebotan en el piso, fluyen, escapan de mi comprensión, hasta que logro atrapar una frase: “Nido vacío”; eso me recuerda algo; “síndrome del nido vacío”; ¿dónde escuché hablar antes de eso? – “Sí, Cristina, y… ¿de qué se trata todo eso? Yo no estoy enferma.” Y, Cristina con su santa paciencia me explica; aclara, argumenta, ríe y se emociona: “Ya yo pasé por eso… y, no es fácil”. ¡Válgame Cristina y su santa paciencia! Ha logrado encender una estrellita dentro de mi cerebro. ¿Entonces? –“Primero: conciencia, después paciencia y luego ocupación y metas.” “Eres una artista, ¿verdad?” Sí, soy una artista y mi trabajo es disipar la soledad de otros, de todos… de todos… ¿Incluso la mía? Incluso la mía.
Pues, ¡venga el trabajo, la creación, el arte! No es tan fácil, pero entre zambullida y zambullida puedo volver a colocar flores en mi ventana. Sudé con mi guitarra en ristre, tanto como sudo ahora. Puse mi fe en Dios y mi voluntad en aprender de otras artes, de otras estéticas, de otros oficios más sencillos. No pude con el tejido; el punto crochet y el hiladillo arman una confusión apocalíptica en mi cabeza.Sin embargo, descubro el dibujo y el pincel; la solemne transfiguración de los semblantes  humanos; rostros emergentes de las sombras, capítulos de luz.  Es de mañana, me miro en el espejo y el ritual del aseo matutino me devuelve a la conciencia de mi soledad. Pero el espejo también es un reflejo, un destello de sombra y esperanza. Siento el rumor de la calle, me asomo a la ventana para ver el día parpadeando en los transeúntes. Alguien se acerca, entre el follaje de los arbustos y en el claroscuro del jardín, su rostro –aún difuso- adquiere la palidez cetrina de ciertas estatuas romanas. ¡Qué curioso! ¡Qué curioso..! Entonces,  toca a mi puerta…
Bueno, ya conoce mi experiencia y me gustaría brindarle algunos consejos. Si usted tiene pareja, es el momento para revitalizar la relación; vivir nuevas experiencias, hacer ese viaje que tanto añoraba.
Establezca un día para reunirse con sus hijos y la nueva familia siempre respetando su espacio.
Porque el hecho de que se hayan marchado de la casa a vivir su propia vida,  no quiere decir que los perdió para siempre
Permitir y aceptar la autonomía de sus hijos como persona independiente,
le facilita su adaptación al momento en que se vayan de la casa.
Es aconsejable que la partida de los hijos de la casa no coincida con algún momento de duelo en la familia.
Tus hijos pueden haber volado lejos del nido, les ha llegado el momento de ser libres y hacer su vida, pero siempre serán tus hijos.
 En fin, me gustaría saber cual es su opinión acerca del tema.
 Gracias.




   





Carmen Tamara