Viene a mi mente un fragmento de una
vieja canción que decía algo así:
“Soy feliz porque nada tengo, soy feliz con la
luz del sol,
con el viento que me acaricia, con la gente a mi alrededor.
Cuando siento que en este mundo, nada puede hacerme cambiar,
soy feliz por sentirme libre, por vivir cada día más…”
Sería genial
que en el siglo XXI nos fuera posible poner en práctica aunque sea una oración
del fragmento antes citado, para añadirle una nota más al diapasón de elementos
que pudieran conformar la felicidad de cualquier individuo.
Pero lamentablemente no es así;
no basta con tener el sol que nos calienta cuando tenemos frio, ni el viento que
nos refresca cuando sentimos calor, ni darle gracias a Dios por vivir un día
más.
En fin, esos pequeños detalles los
pasamos por alto ante la necesidad imperiosa de trabajar como esclavos para
hacerle el juego al consumismo, como si fuéramos a vivir para siempre. Yo
quiero compartir con ustedes una fábula, que
quizás ya muchos la conocen, pero
creo que ilustra a la perfección lo antes planteado:
El círculo del noventa y
nueve
Un rey muy triste tenía un sirviente que se mostraba siempre
pleno y feliz. Todas las
mañanas, cuando le llevaba el desayuno, lo despertaba
tarareando alegres canciones de juglares. Siempre había una sonrisa en su cara,
y su actitud hacia la vida era serena y alegre.
Un día el rey lo mandó llamar y le preguntó:
-Paje, ¿cuál es el secreto?
-Paje, ¿cuál es el secreto?
-¿Qué secreto, Majestad?
-¿Cuál es el secreto de tu alegría?
-No hay ningún secreto, Alteza.
-No me mientas. He mandado cortar cabezas por ofensas menores
que una mentira.
-Majestad, no tengo razones para estar triste. Su Alteza me
honra permitiéndome atenderlo.
Tengo a mi esposa y a mis hijos viviendo en la casa que la
corte nos ha asignado, estamos vestidos y alimentados, y además Su Alteza me
premia de vez en cuando con algunas monedas que nos permiten darnos pequeños
gustos. ¿Cómo no estar feliz?
-Si no me dices ya mismo el secreto, te haré decapitar --dijo
el rey- Nadie puede ser feliz por esas razones que has dado.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjmXevFjAHzqUaNLGPSn9l6WYJ3dViHI8FxaSWxCUnHP7GEvvL8DuCFEzbHZRHVwbquYKM4XIZIl9f9KKq8beADXMId4Zd-w4NktGHSomPy8Mohk2Vj1eQeGYDVtQEWSn6Z5N81f_L7iFCf/s1600/99-2.jpg)
-¿Por qué él es feliz?
-Majestad, lo que sucede es que él está por fuera del círculo.
-¿Fuera del círculo? ¿Y eso es lo que lo hace feliz?
-No, Majestad, eso es lo que no lo hace infeliz.
-A ver si entiendo: ¿estar en el círculo lo hace infeliz? ¿Y
cómo salió de él?
-Es que nunca entró.
-¿Qué círculo es ese?
-El círculo del noventa y nueve.
-Verdaderamente no entiendo nada.
-La única manera para que entendiera sería mostrárselo con
hechos.
-¿Cómo?
- Haciendo entrar al paje en el círculo. Aunque nadie puede
obligar a nadie a entrar en el círculo, si le damos la oportunidad, entrará por
sí mismo.
-¿Pero no se dará cuenta de que eso es su infelicidad?
-Si se dará cuenta, pero no lo podrá evitar.
-¿Dices que él se dará cuenta de la infelicidad que le causará
entrar en ese ridículo círculo y de todos modos lo hará?
-Tal cual, Majestad. Si usted está dispuesto a perder un
excelente sirviente para entender la estructura del círculo, lo haremos. Esta
noche pasaré a buscarlo. Debe tener preparada una bolsa de cuero con noventa y
nueve monedas de oro.
Así fue El sabio fue a buscar al rey y juntos se escurrieron
hasta los patios del palacio y se ocultaron junto a la casa del paje. El sabio
guardó en la bolsa un papel que decía: "Este tesoro es tuyo. Es el premio
por ser un buen hombre. Disfrútalo y no le cuentes a nadie cómo lo
encontraste".
Cuando el paje salió por la mañana, el sabio y el rey lo
estaban espiando. El sirviente leyó la nota, agitó la bolsa y al escuchar el
sonido metálico se estremeció. La apretó contra el pecho, miró hacia todos
lados y cerró la puerta.
El rey y el sabio se acercaron a la ventana para ver la
escena. El sirviente había tirado todo lo que había sobre la mesa, dejando sólo
una vela y había vaciado el contenido de la bolsa.
Sus ojos no podían creer lo que veían: ¡una montaña de monedas
de oro! El paje las tocaba las amontonaba y las alumbraba con la vela. Las
juntaba y desparramaba, jugaba con ellas...
Así, empezó a hacer pilas de diez monedas. Una pila de diez,
dos pilas de diez, tres, cuatro, cinco pilas de diez... hasta que formó la
última pila: ¡nueve monedas! Su mirada recorrió la mesa primero, luego el piso
y finalmente la bolsa.
"No puede ser", pensó. Puso la última pila al lado
de las otras y confirmó que era más baja.
![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgN9R5MqLTsNOd87_9z_P-d0fKp2JnJshTEPveU93J1GPN-sDs90sDlc3MYgk-f70uV9Zakop6ktu643szYbrAtC70IQaVfId0VsaUyW0HgrIj1du5j6J8n9q_7z1attNDerYEvGfXJ1C_7/s1600/99-1.jpg)
"Es mucho dinero -pensó- pero me falta una moneda.
Noventa y nueve no
es un número completo. Cien es un número completo, pero
noventa y nueve no”.
El rey y su asesor miraban por la ventana. La cara del paje ya
no era la misma, tenía el ceño fruncido y los rasgos tensos, los ojos se veían
pequeños y la boca mostraba un horrible rictus.
El sirviente guardó las monedas y mirando para todos lados con
el fin de cerciorarse
de que nadie lo viera, escondió la bolsa entre la leña. Tomó
papel y pluma y se sentó a
hacer cálculos. ¿Cuánto tiempo tendría que ahorrar para
comprar su moneda número cien?
Hablaba solo en voz alta. Estaba dispuesto a trabajar duro
hasta conseguirla; después, quizás no necesitaría trabajar más. Con cien
monedas de oro un hombre puede dejar de trabajar. Con cien monedas de oro un
hombre es rico. Con cien monedas de oro se puede vivir tranquilo.
Si trabajaba y ahorraba, en once o doce años juntaría lo
necesario. Hizo cuentas: sumando su salario y el de su esposa, reuniría el
dinero en siete años. ¡Era demasiado tiempo!
Pero, ¿para qué tanta ropa de invierno?, ¿para qué más de un
par de zapatos? En cuatro años de sacrificios llegaría a su moneda cien.
El rey y el sabio volvieron al palacio.
El paje había entrado en el círculo del noventa y nueve.
Durante los meses siguientes,
continuó con sus planes de ahorro. Una mañana entró a la
alcoba real golpeando las puertas y refunfuñando.
-Nada -contestó el otro.
-No hace mucho, reías y cantabas todo el tiempo.
-Hago mi trabajo, ¿no? ¿Qué querría Su Alteza, que fuera
también su bufón y juglar?
No pasó mucho tiempo antes de que el rey despidiera al
sirviente. No era agradable tener un paje que estuviera siempre de mal humor.
La mayoría de nosotros
hemos sido educados en esta psicología: siempre nos falta algo para estar
completos y sólo entonces podremos gozar de lo que tenemos: siempre nos faltan "cinco
centavos para el peso".
Nos enseñaron que la
felicidad deberá esperar a completar lo que falta. Y como siempre nos falta
algo, la idea retoma el comienzo y nunca podemos gozar de la vida.
Otra cosa sería si nos
diéramos cuenta así de golpe, de que nuestras noventa y nueve
monedas son el cien por
ciento de nuestra fortuna, de que no nos falta nada, de que nadie se quedó con
lo nuestro.
Es sólo una trampa, una
zanahoria puesta frente a nosotros para que por codicia, arrastremos el carro,
cansados, malhumorados, infelices o resignados.
Un engaño para que
nunca dejemos de empujar, sin ver los enormes tesoros que tenemos alrededor,
aquí y ahora.
Añoramos lo que nos falta y dejamos de disfrutar de lo que
tenemos. Viva el presente, siempre es hoy…
si uno se la pasa lloriqueando por lo que le falta nunca podrá disfrutar de lo que tiene y la bendición de estar vivo, de la familia y las cosas importantes de la vida. Pero cuidado, esta vieja fábula aquí citada está re-escrita para mostrar un sirviente feliz de serlo, sin derecho a nada, contento por las monedas que el rey le regala en ocasiones si así le parece. Y eso es exaltar el servilismo. Que es el otro extremo.
ResponderBorrarJaime